
El infinito en un junco de Irene Vallejo es un ensayo sobre la historia de la invención de los libros en el mundo antiguo, sí, también es sobre la humanidad, la civilización, la filosofía, la política, la guerra, la poesía, la escritura y nuestra fascinación por las historias.
Es complejo tratar de resumir esta lectura porque se pasea por mundos, épocas y personajes tan variados como profundos en sí mismos. Fue apasionante leer sobre Safo, Ovidio, Heródoto, Antifonte y Sulpicia, entre tantos más. También de todos los desconocidos que dedicaron su vida preservar tanto con la palabra, escribir y transcribir como salvación, necesidad y pasión.
No pude evitar pensar en la película Babylon de Damien Chazelle, en un efecto contrario. En lugar de la transición del cine mudo al sonoro; el libro relata cómo el nacimiento de la escritura se enmarcó en el cambio de recitar y contar en voz alta a leer en silencio, pasar de la oralidad compartida a la intimidad lectora. Fue poner un freno a la improvisación del performance para salvar esos relatos de la destrucción y el olvido.
Con una pluma maravillosa, profundiza sobre el acto de leer, ese evento casi mágico de irnos a otro espacio, uno íntimo y personal, que al mismo tiempo es habitado por personajes que no conocemos, en lugares a los que nunca hemos ido, con voces que imaginamos para recibir mensajes de otras vidas. Para darle sustancia a la nuestra. Eso de entender quiénes somos, contrastándonos con los otros.
Hacer homenaje a la escritura escribiendo es otro de los logros de este libro, en muchos niveles es una carta de amor, un archivo, un documento, una fe de vida, un recordatorio de lo peor y lo mejor que podemos ser, un manifiesto.
Cito este pasaje resaltado:
“(…) Escribo para que no se acaben los cuentos. Escribo porque no sé coser, ni hacer punto; nunca aprendí a bordar, pero me fascina la delicada urdimbre de las palabras. Cuento mis fantasías ovilladas con sueños y recuerdos. Me siento heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido y destejido historias. Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz”.
Irene Vallejo arma un ensayo que se convierte en relatos deliciosos, inspiradores, desconcertantes y aterradores, con la rigurosidad que requiere una investigación de esta envergadura. También con la pasión, coraje y corazón que implica dejar parte de una misma en esas letras, tejiendo con ellas, hilando la tela de esta existencia, de esta experiencia humana compartida.