Visita este cementerio para conocer otra versión de Medellín

La lectura del mes y compañía en la visita a San Pedro

La primera muerte que recuerdo fue la de mi abuela paterna, tenía seis años. Creo que mis papás decidieron que no viera su cuerpo, no recuerdo que me llevaran a la funeraria o al cementerio. Sí recuerdo que pasé mucho tiempo esperando en un carro, también recuerdo que murió exactamente un mes antes de mi cumpleaños. 

Mi primera vez en un cementerio o de ver más de cerca ritos funerarios creo que fue tres años después, cuando murió una tía. Recuerdo que alguien me dijo que no entrara a la habitación horas después de que se llevaran su cuerpo de la casa, parecía que estaba mal que yo estuviera ahí, pero no entendía porqué, era como si hubiera un temor de que la muerte o algo más siguiera rondando ese espacio. 

No tengo memoria de que la muerte fuera un tema discutido en familia o con personas cercanas, es una conversación que se evita, como si mencionarla supusiera mala suerte, aun cuando sabemos que nadie escapa de ella por más que no la pronuncies en voz alta. 

No me entierren

Recuerdo que a los 13 años leí Entierro prematuro de Edgar Allan Poe y al menos tuve claro desde ese momento que no quería ser enterrada. El miedo a despertar bajo tierra, a ser enterrada viva, creo que fue el primer pensamiento que tuve sobre mi propia muerte. 

Los cementerios los percibí siempre como lugares extraños, solemnes, silenciosos. Me parecía lindo poner flores y visitar las tumbas de los seres queridos, pero nunca lo terminé de entender. Sé que no era miedo lo que sentía al entrar, ni siquiera luego de ver tantas escenas de películas donde pasa algo malo o sobrenatural. Pero sí había una sensación rara, de que algo no encajaban del todo.

Leyendo Alguien camina sobre tu tumba de Mariana Enríquez quedé fascinada, no solo con la pluma de esta escritora argentina y sus crónicas maravillosas, sino con su obsesión y amor por los cementerios, los restos, sus ceremonias, historias, tumbas y epitafios. 

Mapa en la entrada del Cementerio Museo San Pedro

Fue tanta mi fascinación que me fui a una visita guiada al Cementerio Museo San Pedro a conocer otra versión de la historia de Medellín a través de sus mitos, sus muertos y las obras que se imponen en sus mausoleos.

Lo primero que anuncia la guía es que fue fundado en 1842 convirtiéndose en el primer cementerio privado de Medellín y que desde 1998 fue reconocido como museo de sitio.

La primera escultura que vimos en el recorrido fueron las Tres Marías o las Tres Ánimas en la tumba de Pedro Estrada, están ubicadas en fila, una detrás de la otra muy de cerca y al frente hay una flor marchita. Algunos dicen que se trata de las Tres Parcas o Tres Moiras, otros que representa las tres etapas de la vida que no vivió la hija de Estrada que murió a los 5 años. Me conmueve ver sus rostros en contraste con el cielo nublado.

Esta escultura es venerada por la comunidad LGBTIQ+ por representar a figuras excluidas, incomprendidas y hasta a veces temidas; en ese momento me consuela pensar que todos siempre encontramos de dónde sostenernos incluso cuando nos sentimos rechazados, en qué creer y cómo seguir.

Uno de los mitos que se ha construido alrededor de esta obra es que en las noches caminan por el cementerio para dar la bienvenida a los nuevos muertos, por eso algunas personas les dejan vasos de agua para que se hidraten mientras caminan los 32.000 metros cuadrados del camposanto. En algún punto las amarraron y vendaron para que no pudieran deambular por el lugar.

Mausoleo de la familia Bedout en el Cementerio Museo San Pedro

La guía nos pasea por los mausoleos de personajes de la élite antioqueña, me inquieta que se hayan tomado tanto trabajo en instalaciones que no verían, en las intenciones que guardan, como la de Pepe Sierra que ordenó un mausoleo simple y bajo para que las personas al acercarse a leer el epitafio le hicieran una reverencia. También agradezco el arte, los espacios dramáticos y las leyendas derivadas.

Seguimos con la familia Bedout, el escritor Jorge Isaacs, Pedro Justo Berrío y Gustavo Álvarez Gardeazábal, este último escritor y periodista que sigue vivo pero que ya ha instalado la escultura que lleva por nombre el de una de sus obras: Cóndores no se entierran todos los días; también ha dado las órdenes de ser enterrado de pie, ubicándose a modo de triada con sus colegas Isaacs y Tomás Carrasquilla, cuyos restos pronto serán trasladados también a San Pedro, a pedido de Álvarez.

Hacia el final de nuestra visita, camino con mi paraguas como en procesión hasta el otro lado de la galería central donde se evidencia también la historia de violencia en Medellín. Bajo una lluvia suave pero persistente llegamos a la tumba de alias “Tyson”, sicario de Pablo Escobar acusado de narcotráfico y terrorismo, involucrado en el ataque al vuelo 203 de Avianca que mató a 110 personas y del que su hermano alias «Quica» paga diez cadenas perpetuas en Estados Unidos.

Una de las tres esculturas de La Piedad en San Pedro

En los cinco años que tengo viviendo en esta ciudad me he ido encontrado con esta huella histórica y creo que lejos de querer borrarla, los paisas la asumen, aunque no es su tema de conversación preferido es una realidad afrontada desde todo lo que Medellín ha trabajado y avanzado para sanar, reconstruir y convertirse en una de las ciudades más atractivas para visitar en la actualidad. 

Al culminar el recorrido me quedo pensando en las historias, en los nombres de estos hombres y mujeres, en cada familia, en sus formas de decidir ser recordados con fastuosos diseños y estructuras, en cómo quisieron representar su propia muerte y las de sus familiares, los homenajes y rituales que se propiciaron luego. 

Pienso en el miedo a ser olvidados, en la urgencia de crear formas de persistir en el tiempo, la necesidad de ser recordados. El ego y sus actos que -quizá en este contexto- sean solo un mecanismo de defensa ante la idea de no saber qué es lo siguiente o si lo hay. 

Me alegra haber vuelto a un cementerio en un contexto diferente para conocer parte de la historia de Medellín, hacerlo con la lectura reciente de Mariana para prestar atención a los detalles que sus crónicas me han mostrado, en una época que -por motivos comerciales o no- nos hace pensar en la muerte. 

Ya no me persigno al pasar frente a un cementerio como si necesitara algún tipo de protección, me parece absurdo pensar que necesitamos evitar la muerte en vez de ocuparnos de la vida. Eso sí da miedo… y con razón.

Autor: Sofía Elena Álvarez

Creadora. Alma Caribe. Periodista

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