
Era una mañana aburrida, solitaria, como las mañanas que se olvidan. En la ventana las sombras de los postes de luz apagada, se quedó un rato con la mirada en la esquina de ladrillos que daba a la escalera. No aparecería nadie, estaba segura, pero había algo que no la dejaba apartar los ojos.
El agua empezó a hervir, el sobresalto sería grande, corto pero intenso. No sabes lo que te mira cuando estás absorta en aquello que no se ve. Buscando siempre lo que te prometiste un día, lo que no sabes con certeza pero crees con locura ciega, lo que no conoces pero matarías por tener.
Ya hirvió el agua. Tomó el café, lo agregó en la olla como le enseñó su madre, apagó la llama, revolvió unos segundos. Tomó el colador.
Un grito, el movimiento agresivo, electricidad en el cuerpo. Frío en la espalda, ardor en el estómago. “Puta vida”, dijo con rabia repentina.
Una mariposa salió volando del colador. Tan pequeña, indefensa y violenta con su aleteo acompasado. Terminó por posarse en la esquina inferior del gabinete. Coló el café con las manos aun temblorosas y mirándola de reojo con desconfianza.
La encontró aquello que no buscaba, la miró cuando no había ni sospecha. Luego pensó en el tiempo, en lo que vuela mientras te preparas una taza caliente, en la realidad que está aquí mientras tú también. Tan cerca y tan lejos. En las sombras, en las esquinas, entre los ladrillos de una casa en el aire.
Aquí, en esta realidad una mariposa alza el vuelo y lanza un hechizo. Uno que parece romper otro. Se cuela, se hace vapor y le llena el aire. Se miran, la mañana sigue siendo aburrida y solitaria. Ya no mira por la ventana, algo se mueve adentro.