
Cuando abre los ojos también lo hacen las ventanas. Camina por el pasillo largo como una alfombra desdoblándose, llenándose de cemento y polvo. Se levanta hecha paredes y puertas que el viento cierra, cajones llenos de objetos extraviados y recuerdos con olor a veranos pasados.
Transcurre el día abriendo las llaves, intentando que el agua corra limpiando cada extremidad, cada rincón, cada espacio de la casa. Esa casa. La que ya no sabe si le pertenece. En las tardes siente que se va solidificando, que no son las tuberías las que suenan sino sus anhelos desvencijados.
Abre y cierra las gavetas pero olvida lo que estaba buscando. En cada abrir y cerrar se vuelve un saco que se achica y se expande. Inhala, exhala. Abre y cierra las manos. Se le olvida qué hay dentro. Abre las manos dos veces.